lunes, 3 de octubre de 2011

UNA CERVEZA CON WERNICKE (suplemento cultural de La Capital, de Mar del Plata)

Fernando del Río me mandó este cuestionario que salió en el suplemento cultural del diario La Capital de Mar del Plata. Ocho preguntas buenísimas, obviamente pensadas por un lector fanático, que fueron como nota al pie en cada página del suplemento del domingo pasado. Lamentablemente la página de cultura del diario quedó varada en la semana anterior, así que desde acá mi agradecimiento a Fernando y las respuestas...

1) ¿Qué error le molesta más advertir en un texto literario y cuál es el último que halló en el libro que está leyendo o que acaba de leer?
Probablemente el que más me molesta -más que los obvios problemas formales como adjetivación, correspondencia, lugares comunes, etc- sea la construcción de personajes funcionales, personajes que no son tal cosa sino apenas excusas.
Y el último que encontré, y que me arruinó una novela que en líneas generales me hubiese resultado bastante interesante, es que detrás de todos los personajes -policías corruptos, traficantes de poca monta, abogados, jovencitas bellísimas, capos de la mafia- se escuchara la voz, políticamente correcta y bienintencionada, del autor.

2) ¿Qué situación de su vida cotidiana encontró reflejada con sorpresiva exactitud en un libro, una película, una canción o cualquier otra obra de arte?

Hay una secuencia en Factotum, creo, o Post Office, de Bukowski, en la cual vuelve borracho a su casa, abre la puerta y encuentra todo cambiado, más limpio, más arreglado y resulta ser que se metió en la casa del vecino de abajo, que la llave de su departamento abría esa puerta también. Bueno, hasta ahí, y con la diferencia que yo no volvía de algún trabajo imposible o un bar, sino de comprar más cerveza con un amigo todo igual. En la historia del bueno de Buk, se encuentra, en lugar de su pieza arruinada y sucia, con una minita adorable que le ofrece algo de tomar y le dice que el marido llegará mucho más tarde. Y sale despavorido.

Nosotros en cambio, donde se suponía que estuvieran nuestras novias, encontramos una familia cenando, que de pronto se congeló y se quedó mirando aterrada a los dos melenudos vestidos de negro, botellas en mano en medio de su living. Recuerdo que, pasado el primer momento de confusión, carcajeamos un poco, nos disculpamos y subimos el piso restante por la escalera.


3) ¿De qué lugar, personaje común o circunstancia en general que ofrece Mar del Plata se apropiaría para incorporarlo como pasaje central de alguna de sus obras?
Creo que lo más tentador, lo más fácil, es el casino, que da una gama de posibilidades enorme. Pero yo estoy pensando en usar (tendría que volver a Mar del Plata, que hace añares que no voy) para una serie de asesinatos -cometidos casi al mismo tiempo, sin duda la misma noche- que había pensado originalmente en unos cines pornos de acá, de Buenos Aires; usar cuatro salas de teatro (de revista). Me parece que puede dar un gran contraste mezclar el grito de los tipos al ser degollados apagado por las carcajadas producidas por el humor idiota de, digamos, los Midachi.

4) ¿Cuál es el mejor diálogo que recuerda entre dos personajes de ficción?
Esta es difícil. No soy un buen escritor de diálogos (tengo que laburar mucho sobre eso) pero si un apasionado lector de los mismos. Pienso en casi todos los de Archer con sus potenciales clientes; el de los dos matones en The Killers, de Hemingway; el que tienen Harry y Nana en The man who loved elevators, de Bukowski; el del coronel y el periodista en Esa mujer, de Walsh. Pero creo que el que más me gusta es el que media entra Don Luis y Lamas en Cuando entonces, de Onetti.
A mí nadie me lleva a ningún lado, dice Lamas en un momento, y usted menos que otros.
Grandioso.

5) Si le permitieran ingresar en una ficción y ayudar a un personaje, ¿cuál sería y qué haría?
Sin duda, a la mamá de Santiago Nassar (Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez) Y le diría: vamos, señora, abra la puta puerta de una vez.

6) ¿Recuerda haber robado un libro alguna vez? ¿Cuál o cuáles?
Montones de veces, sí. Pero cuento la mejor: yo era pibito, digamos que tenía 11 o 12 años, y los sábados a la mañana me gustaba ir al centro a recorrer librerías de usado. Un día me tenté ante la posibilidad y me afané El Corsario Negro, de Salgari. Caminé un par de cuadras y me senté a leerlo en un umbral, hasta que se hizo la hora volver a casa. Pero, claro, había salido sin plata y no podía aparecer con el libro robado. Así que lo dejé ahí, a medio leer. Y entonces -un sábado y otro- repetí la rutina: robo, lectura, abandono, hasta que lo terminé con las aventuras de Emilio di Roccabruna, señor de Ventimiglia.

7) Un extraño hongo se esparce por su biblioteca y consume de manera irrefrenable los libros. Solo dispone de unos segundos para actuar y salvar a tres de ellos. Lo que usted hace para ganar tiempo es arrojar a la voracidad del hongo a otros tres libros. ¿Cuáles serían los sacrificados y cuáles los salvados?

¿Tres? ¿En serio, tres? ¿Qué clase de perversión es esta?
Bueno, a ver.

Salvados: Arcángeles, del capitán Paco Taibo II, porque me lo dedicó una mañana de 2006. Historia de la revolución rusa, de Trotski, porque -además de ser una muestra viva de literatura, política, historia y pasión- una de las versiones que tengo, la que salvaría (aunque le falten siete capítulos), es de 1931, editorial Cénit, traducida directamente del ruso por Andreu Nin, dirigente del POUM: un incunable. Y Los Tigres de Mompracem, de Salgari, una edición hermosa de tapas duras que me regaló mi viejo cuando yo tenía ocho años. Esto es lo que nos separa de los monos, me dijo. Y me cambió la vida.

Para alimentar el hongo: El secuestro de miss Blandish, el plagio de Faulkner hecho por Chase; La marroquinería política, de Asís, un regalo más bien incomprensible que me hicieron; 1280 almas, de Thompson, porque lo tengo repetido varias veces y para darle algo de buen alimento al pobre hongo.


8) Se le concede la extraordinaria excepción de hacerle una única pregunta a uno de sus tantos escritores predilectos. ¿Qué le preguntaría?
Creo que elegiría sentarme en un muelle junto a Enrique Wernicke y que le preguntaría si quiere una cerveza.

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